Una estética de las minorías: «No es por vicio ni por fornicio», de Alejandro Castro


No es por vicio ni por fornicio, de Alejandro Castro. Dilatar la Pupila

Primera edición de «No es por vicio ni por fornicio», de Alejandro Castro.

 

Ensayo de Omar Osorio Amoretti sobre el poemario No es por vicio ni por fornicio, del escritor venezolano Alejandro Castro en donde se estudia sus rasgos estéticos más representativos.

Por Omar Osorio Amoretti

@osorioamoretti

 

 A Krislia Grimán

“No hay libros morales e inmorales. Los libros, o están bien escritos, o están mal escritos. Eso es todo”.

   Oscar Wilde. El retrato de Dorian  Gray

     ¿Cuál es el estado de la poesía venezolana actual?

     Si esta pregunta se le hiciera a un apasionado del género, seguro vendrían segundos de silencio. Algunos, apelando al gusto, emitirían un juicio afirmativo, entusiasta y breve. Otros solo confesarían su ignorancia. En cualquiera de los casos la consulta sería recibida con un gesto de asombro, incluso de pesar, como si en vez de habérsele participado una duda se le hubiese legado una responsabilidad pesada, compleja e incómoda. Es comprensible. No es fácil cargar con el compromiso de valorar críticamente (vale decir, analíticamente, objetivamente) una producción tan vasta.

  Afortunadamente ha habido quienes se han tomado la molestia de responder esta interrogante y crear así, aunque concisos, valiosos documentos para estudios posteriores.

     El 2 de diciembre del año 2012, el poeta Miguel Marcotrigiano publicó en el Papel Literario de El Nacional el texto intitulado “Sobre la poesía reciente en Venezuela”, donde reflexionaba sobre algunos aspectos negativos que presentaba gran parte de la producción poética actual debido a la gran facilidad que hay para publicar, especialmente en las editoriales del Estado. Sin embargo, no todo el panorama era oscurantista (y menos aún en una nación que, al decir de sus literatos, es tierra de poetas), pues paralelamente a este fenómeno, Marcotrigiano encontró autores con obras donde la idea y el lenguaje han sido debidamente cuidados, donde, más allá de una buena asimilación de lecturas y una correcta elaboración de ejercicios líricos, había originalidad, atrevimiento, palabra viva. Casos como los de Suturas (2011) de Adalber Salas Hernández (1987); de I (2010) de Francisco Catalano (1986); de Gesto quebrado (2011) de Leonardo González Alcalá (1987) y de No es por vicio ni por fornicio (2011) de Alejandro Castro (1986) corroboraban esta afirmación. Eran algunas de las voces de esta nueva generación que, de mantener la calidad en sus trabajos posteriores, podría dar de que hablar en el futuro.

     Muchos lectores podrán estar de acuerdo con esta lista, anexar otros nombres, sugerir nuevos títulos. Sin embargo, surge inevitablemente otra duda: ¿qué es lo resaltante de estos poemarios? ¿Por qué estos y no otros?

  Aunque, debido a las peculiaridades que desarrolla cada uno, todos los poetas mencionados anteriormente son dignos de ser estudiados, hablar de ellos en conjunto requeriría para mí una extensión superior. Por tanto tomaré como objeto de análisis apenas al último de aquella enumeración, sin que esto implique por sí mismo una valoración estética superior sobre el resto del grupo.

     Desde la primera lectura de los 53 poemas de No es por vicio ni por fornicio se hace evidente la presencia de un hilo conductor, una recurrencia ordenadora. Hay indicios notorios de esto, por ejemplo, en el uso del lenguaje: sencillo, de frases sintácticamente coherentes y escasas metáforas. Empero, esto no es lo verdaderamente distintivo del libro.

   Otro aspecto es el empleo insistente de títulos relacionados con las parafilias (“Hipnofilia”, “Necrofilia”, “Fetichismo”), lo que, en cierto modo, crea la impresión de una suerte de “retórica médica” en el lector, es decir, como de estar leyendo un manual de enfermedades clínicas. Pero esto, al menos por sí solo en el discurso poético, tiene una función coyuntural, cuando no decorativa. ¿Cuál es, entonces, ese aspecto clave que sin ser conceptualizado en su totalidad es, al menos, percibido? Yo me atrevería a afirmar que es la configuración de la voz del sujeto diferente al hombre común, aquel considerado como un anormal según la sociedad. Sobre esa base la poesía se ramifica, se hace variada.

     En este sentido, Castro desarrolla a grandes rasgos dos líneas temáticas que, lejos de verse como elementos aislados y perfectamente delimitados, se relacionan. La primera (algo menor en cantidad) está dedicada a la reflexión sobre la estética del poema y el poeta. La segunda ha sido destinada a construir líricamente tanto el sujeto homosexual como el discurso parafílico. Esto en conjunto es, a mi juicio, lo que genera esa naturaleza orgánica en el texto, donde parece prevalecer un mismo tono, una misma atmósfera y un mismo objetivo al final de la lectura.

  Ciertamente, para cualquier escritor la mejor forma de hablar de literatura es escribiéndola. De esto puede concluirse que cada poema lleva dentro de sí su propia poética. Con todo, en No es por vicio ni por fornicio se anuncia directamente una propuesta:

 

                                                         Voy a ser marico cuando escriba un poema

                                                         cuando limpie mis zapatos

                                                        o hable con demasiada propiedad de Foucault.

                                                       Voy a ser el marico más marico del mundo.

                                                       Voy a ser tan marico

                                                      que Wilde –casado, con hijos–

                                                     Y Lorca –que llevaba mozuelas al río–

                                                      sentirán vergüenza.  (“Ars poética”)

      Poesía eminentemente homosexual. Aquí la idea es afianzada con una seguridad retadora que con el mismo desparpajo con que se apropia de un lenguaje peyorativo, hiriente de la condición gay, se instaura a su vez como base de una rebeldía lírica decidida a ganar espacios. La brevedad del ritmo les da impulso a los versos, fuerza. Esta, finalmente, golpea al lector, lo apabulla. Esa impresión que nos deja, lejos de ser fortuita, es inevitable: cada línea de aquellos trabajos bien elaborados, donde la frase es serena pero la idea perturbadora (esta última catalogación, sea dicho de paso, realizada por parte de un grupo específico de lectores) parecieran decirnos en una multiplicidad de voces (que en definitiva es la misma y una sola gran voz): esto existe; esto es posible; esto tiene nombre, palabra, presencia.

     Más aún: este eje temático en el discurso de la obra (su idea estética central) viene a complementarse con una simbología citadina, en un despliegue de imágenes donde el referente inmediato a la idea o al sentimiento de esas piezas líricas está ausente del lenguaje de la naturaleza y los animales. “Nunca diré <<pájaro>>, salvo en La Habana”, dirá uno de los versos de “Urbano”, no sin cierta ambigüedad semántica, por demás bastante coherente con aquellas directrices citadas en el poema anterior. Con la lectura de esta segunda poética (un tanto intuida, por cuanto el poema no es explícitamente definido como tal), se hace evidente la existencia de un conjunto de vocablos (homosexualidad, parafilia, asfalto, poesía) dispuestos para construir literariamente un perfil sui generis del hombre de la ciudad e incluso de ella misma, figurada en esta ocasión no como geografía (la descripción detallada de rasgos empíricamente verificables), sino como ente inmaterial y tácito, aunque relacionado en cierta medida con la atmósfera (el tono, la impresión a largo plazo, el contenido) del libro. Seré directo: en No es por vicio ni por fornicio el hablante lírico desarrolla tópicos universales (el amor, el sexo, la infancia, la memoria) que, bajo una perspectiva homosexual, terminan siendo reelaborados, es decir, adquiriendo rasgos totalmente distintos a los de la tradición.

     En consecuencia, dicha novedad no tiene que ver (es bueno resaltarlo) con escuelas literarias. Se trata, sencilla y llanamente, de un asunto programático. En las sesenta y dos páginas del libro vemos, por ejemplo, un tratamiento del amor como una experiencia dolorosa (“Etiología”) o erótica (“Retrospectiva”, “Alorgasmia”, “Sabana”). Ambas expresiones pueden hallarse en otro autor, pero nunca de la misma manera. Leamos los versos de “Pederastia” para aclarar esta disertación:

                                                                  Apenas tengo veinte,

dame –¡oh, futuro jovencito!–

treinta años más                        y todo

el desamor  del mundo

para seguir con la tradición

y escribirte un poema.

 

     La “tradición” de la cual se habla es aquella que ya he mencionado: la poesía del desamor (o el desamor como motivo de la escritura poética). Y el mismo texto es un poema de corte amoroso, en vista de la relación entre un emisor y un receptor donde dicha palabra aparece como intermediaria entre ambos. No obstante, si observamos con detenimiento, veremos que la petición del yo poético tiene la misma naturaleza (o psicología, da igual) “enferma” que el resto de los poemas parafílicos. Usualmente, la representación del fracaso amoroso en la lírica viene signada por una notoria carga triste, nostálgica o trágica: la desdicha ha tocado la puerta y la pérdida ha sido insoslayable. Acá, por el contrario, aquel dolor es demandado con vehemencia, en una suerte de masoquismo sentimental. El resto de los elementos (la relación dialógica entre un “futuro jovencito” y alguien no tanto, a juzgar por el título; el desamor como fin de la comunicación) juega a favor de una interpretación donde lo cotidiano y lo extraordinario, lo puro y lo impuro, lo sano y lo insano permanezcan indivisibles en este texto. Fue esto lo que me hizo preguntarme y luego escribir en otro lugar que en los versos de Alejandro Castro se “representa a través del discurso lírico el otro lado de nuestra sociedad moderna”.

     No importa cuán atractiva nos parezca la idea: resulta imperativo que abandonemos la tentación de establecer una correspondencia vida-obra, como si el acto creativo fuese una mera transcripción de vivencias personales o si este pudiese ser reducido únicamente a eso. Quien piense así, olvida que el arte es un territorio cuyas posibilidades de invención son casi infinitas, y aunque existan casos donde se propugne la estética como modelo a seguir para la vida (Oscar Wilde) o se adopte a la vida como inspiración para realizar un producto estético determinado (Walt Whitman), lo cierto es que, en la mayoría de las oportunidades, ambos espacios están delimitados. Este caso no es la excepción. Ser “el marico más marico del mundo” al escribir unos versos no implica aquí, bajo ningún argumento, un correlato biográfico, es decir, que el autor –que es homosexual– mantenga ante el mundo la misma actitud que despliega el poema. Pretender unir los extremos, suponer que ambas cosas están entrelazadas a priori (léase, “porque sí”), implicaría caer en el razonamiento acartonado de los estereotipos, la vieja artimaña que plantea la locura del otro sobre la base de los temas que desarrolla. Eso, pareciera decir Castro, aquí no funciona:

                                                   Cómo quisiera cantar a las noches

fugaces del extraño amor que se demora.

(…)

Quisiera ir por las calles

bebiendo y fumando hasta la inconciencia  [sic]

y despertar junto a un cuerpo hermoso,

torneado y juvenil, babeando en mi almohada.

(…)

Y en seguida la rabia me deja estéril,

el grito mudo en la garganta seca:

                                             Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.

                                             Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Caducaron las estéticas militantes.

(…)                                           [“Ars política”. Cursivas del texto]

 

     El mensaje pudiera resumirse de la siguiente manera: la estética no es igual a la vida. Y como no hay correlación entre una y otra, el poema es en consecuencia un espacio autónomo, con un rango limitado de acción pero no por ello menos eficiente para el cuestionamiento, la provocación pugnaz, el espíritu combativo. El título anterior es bastante elocuente en esto, aunque permanezca relegado al plano teórico.

     Es entonces en el segundo punto donde la representación de la condición gay sirve para ejemplificar aquella idea y lanzarla al lector, como un ariete que lleva tras de sí un soporte sólido. Es el caso del poema “Uranismo”, donde se cuestiona el estereotipo del homosexual como un ser extravagante y perverso, con cualidades psicológicas propias de las mujeres. Bastan unas pocas líneas al azar para advertirlo: “No tengo SIDA. / Y aunque desde que fui niño / dejé de creer en la inocencia / de los niños / no los violo. / (…) No sé reconocer la cromática diferencia / entre el cobre y el marrón / entre el uva y el morado”. Esta incipiente negación (reiterada a lo largo de sus versos) termina por edificar una retórica cuestionadora de aquellos lugares comunes que existen sobre las minorías sexuales masculinas. Con esto, la obra termina por apelar indirectamente al lector. No solo capta su atención estética, sino también ideológica –entendido esto como visión de la vida–, sin que por esto estemos ante un panfleto en pro de los marginados del mundo (el verdadero compromiso del poemario está en el uso cuidado del lenguaje, de la estructura e idea poéticas, es decir, está antes que nada comprometido consigo mismo).

     Pero tampoco podemos pecar de ingenuidad y decir que no existe un carácter contestatario (llevo párrafos señalando esta condición), que solo se trata de la antigua propuesta del arte por el arte. Basta hacer una lectura de “Activismo” para cerciorarnos:

                                                              extraño el DSM

la negra identidad que ofrecía

(…)

hoy sólo tenemos medio derecho

a transitar las calles

sin mariqueras

una plaza segura en algún sucio

cuarto oscuro

(…)

Yo propongo

hacer una fiesta

y masturbar a sus niños

y esparcir su repugnancia

por doquier

 

mearnos

maricón por maricón

en su tolerancia imbécil

 

obligarlos a matar

a seis millones de maricas

a ver si algo sucede.

      A pesar del tono bélico, poco pacífico, del yo lírico, que de esta forma asume una voz que pretende identificarse con toda una colectividad minoritaria en su protesta, la lucha que promueve está destinada a surgir, actuar y permanecer solamente en el plano literario. No se trata de tomar el cielo por asalto en la consecución de unos ideales libertarios en una sociedad cerrada y profundamente machista: tiene que ver en cierta medida, aunque el autor no haya formulado esa finalidad, con la edificación de una estética de choque que, como en décadas anteriores en nuestra historia literaria, estremezca la base ideológico-artística del receptor. En las obras de antes (recordemos las vanguardias de los años sesenta) el blanco era la burguesía. Ahora el objetivo será otro: el lector heterosexual.

     La consecuencia, huelga decirlo, será obvia. La inclusión de temas que tradicionalmente no se habían tocado en la literatura nacional, el desarrollo detenido de algunos de sus aspectos, le parecerá a este grupo algo excéntrico, incluso escandaloso. Probablemente se trate de un juicio de carácter moralista. Y aunque Nietzsche nos recuerde siempre que solo existen interpretaciones morales a los hechos, esta actitud será la evidencia de que, efectivamente, el proyecto de No es por vicio ni por fornicio ha golpeado donde quería.

 Referencias bibliográficas

Castro, Alejandro. (2011). No es por vicio ni por fornicio. Uranismo y otras parafilias. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana.

Marcotrigiano, Miguel (2012, diciembre 2). “Sobre la poesía reciente en Venezuela”. Papel Literario, diaria El Nacional, p. 3.

Osorio Amoretti, Omar. (2012, noviembre 25). “El otro lado del espejo”. Día-D, diario 2001, p. 26.

*Este trabajo fue publicado en el N° 157 de la Revista de Poesía, de la Universidad de Carabobo.

Acerca de Omar Osorio Amoretti

Omar Osorio Amoretti. Caracas (1987) es profesor e investigador (USB | UCAB). Licenciado en Letras y maestría en Historia de Venezuela por la Universidad Católica Andrés Bello. Ha publicado: José Rafael Pocaterra y la escritura de la historia (Equinoccio, 2018).
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