Una novela de tesis: Simone, de Eduardo Lalo


   Leer la obra ganadora del Rómulo Gallegos de este año me ha hecho recordar en cierta medida aquellas novelas del siglo XIX y principios del XX que tuve que estudiar como parte del pénsum de la carrera de Letras. Y es algo que no tiene que ver con el recurrido asunto del empleo del lenguaje, que es bastante asequible, o el ritmo de la prosa, que es ágil. En ese sentido, el texto se puede leer en un día. La remembranza viene por un derrotero mucho más controversial y tiene que ver con la presencia de ideas políticas, culturales y sociales a lo largo de la historia como formas (¿solapadas?) de posición ideológica ante ciertos problemas de la sociedad latinoamericana contemporánea. Viendo tal paradigma de escritura, Simone de Eduardo Lalo no estaría muy distante de lo que, en su momento y con sus rasgos peculiares, hiciera Manuel Zeno Gandia con La charca en el año 1894.

   Una palabra recorre metafóricamente la novela: fracaso. Tan insistente resulta esta configuración del personaje y su entorno que el mismo veredicto que le otorgó el premio lo adjetiva como “culto”. Yo agregaría una más amplia y más alejada del carácter literario que tiene aquella voz: marginación. Simone es ante todo una narrativa que desarrolla el mundo del excluido, y es precisamente dicha condición la que termina dando consistencia a toda una geografía en la que absolutamente nada tiene brillo propio. Es aquí donde Lalo, probablemente fiel a una tradición literaria políticamente comprometida o tal vez con sentido de responsabilidad social, establece un maridaje entre el discurso ficcional del texto y los fantasmas político-sociales que aparentemente acosan al ser latinoamericano desde siempre.

   Eso explica en cierta medida la estrategia de utilizar un personaje en primera persona que, a través de un diario (aunque formalmente el texto no presente dicha estructura, se nos notifica en su lectura) describe su entorno. No solo lo describe: también lo descubre. Ese descubrimiento de los momentos fugaces de la vida cotidiana del hombre común tiene mucha significación en el conocimiento de la colectividad puertorriqueña. Al menos tal es la pretensión del autor: establecer un imaginario del hombre de aquellas latitudes distinto al que usualmente se tiene.

   Así, en la obra ganadora, Puerto Rico se define por su autonegación. Los personajes marchan con la consciencia de ser inferiores, provincianos, y en consecuencia desencantados de los resultados que han conseguido en tanto nación, aparentando ser como aquellas que son grandes y victoriosas:

 Pretendíamos ser un país, pero en realidad, hasta muchos de los que estaban convencidos de esto, actuaban como si sólo fuéramos una parada de autobuses en la ruta de un imperio. (p. 20)
 En río Piedras dos mujeres hablan en la calle:
―   Quiero estar más rubia.
―   Pero es que tienes el pelo bien finito y el tinte te coge bien. (p. 23)
 ―   Aclaremos el asunto –dijo–. Somos un país hecho a medias, en otras palabras, una sociedad que no ha podido pensarse más que como una provincia. Nuestras instituciones, cuando existen, responden a esta tónica. No ven más allá. Cuando gobiernan los estadistas ni siquiera se llega a esto y asistimos a cuatro años de autodestrucción”. (p. 162)

   No tengo la menor duda de que para el autor uno de los problemas fundamentales en esta novela fue, como dije anteriormente, la de cambiar el estereotipo social de su país, ese que lo ve como una nación tranquila, sin problemas, gracias  a su alianza con uno de los imperios más poderosos del mundo. Pero es precisamente en esta clase de párrafos donde involuntariamente me veo con unos años menos leyendo pasajes similares de autores decimonónicos en los que con semejantes estrategias narrativas se denunciaba la barbarie de las guerras civiles. De igual manera, pienso que si a muchos de los diálogos que hay en esta novela se les quitara el guion y la palabra dijo tendríamos un texto de opinión que fácilmente ocuparía un espacio en cualquier diario político de habla hispana.

   En la primera parte de la novela podríamos decir que semejante actitud “panfletaria” (la cual no necesariamente implica que la obra sea estéticamente mediocre) se matiza, pues está dedicada a la presentación del personaje, su entorno y su posterior encuentro con Simone. Sin embargo, después de las primeras cien páginas este cuidado se pierde, hasta el punto de que ya sin rodeos entramos en pasajes donde la ficción es apenas un trampolín que nos traslada a debates estético-políticos más apropiados para politólogos o congresos de literatura. Así ocurre con la escena en la que el protagonista y Máximo Noreña discuten (recién presentados) con el escritor español Juan Rafael García Pardo sobre la relación histórica entre España y América, el libro y el mercado cultural:

 ―   Pero veamos –dije–, muchos libros se caen de las manos y la literatura española parece pobre, no cautiva.
―   Hombre, cautivar, lo que se dice cautivar, casi nadie en ninguna parte.
―   Pero España tiene pretensiones importantes –añadí.
                                                      (…)
―   A ver, aclaremos el asunto. ¿Por qué estás en San Juan? –preguntó súbitamente Máximo Noreña.
―   Vine a presentar Los ángeles de la calle Montera, mi última novela.
―   ¿Pero cómo llegaste? En otras palabras, ¿quién organiza tu viaje?
―   Mi editor, que tiene una sede aquí, en colaboración con la Oficina del Libro del Ministerio de Cultura español.
―   O sea que nadie te invitó –concluyó Noreña.
―   Hombre, pues así puesto…
―   No me malinterpretes, a lo que voy es a una cuestión de hechos. Intento mostrar que no hubo un grupo de lectores fascinados por la obra de un exponente de la actual literatura española. Ni siquiera te trae aquí una universidad ni una institución cultural. Éstas no se vinculan directamente con tu presencia aquí. Financia tu viaje una empresa asistida por un ministerio que invierte para publicitar la cultura española en el mundo.
―   ¿Hay algo malo en ello? –preguntó García Pardo.
―   Ese es un asunto que podríamos examinar después –contestó Noreña–. A lo que voy ahora es que esa misma estructura publicitaria es la que pretende que por la gran y común cultura hispánica de la que hablas se entienda algo que es la península ibérica y unos pocos escogidos de las Indias. Es la misma estructura que pretende que el libro más vendido sea el mejor”. (pp. 175-176)
 

   El diálogo podría extenderlo a voluntad. Esta escena en la cual dos escritores latinoamericanos hablan con un escritor español podría considerarse el clímax de las ideas que poco a poco Eduardo Lalo desarrolla en los eventos que vive el personaje principal. Primero, porque durante la historia sabemos que los puertorriqueños son buenos narradores, aunque poco conocidos en su tierra y mucho menos en el ámbito internacional; y segundo porque la celebridad europea que ahora los visita es artísticamente mediocre y su éxito es en gran medida producto del mercado editorial del primer mundo, que publicita con inteligencia a sus autores. Este contraste no es más que el medio con el cual el autor construye a nivel narrativo los desbalances (¿injusticias?) existentes entre una región periférica (marginada) como Puerto Rico y otra céntrica (metropolitana) como España. En consecuencia, la disposición de esta dicotomía no es fortuita, sino un elemento bien entramado dentro de la anécdota para resaltar algunos problemas del mundo moderno.

   Pero no solo se trata de un intento de cambiar un imaginario. Como buena parte de las novelas de énfasis social, en Simone la pincelada de los grupos que conforman a la nación puertorriqueña tiene trazos negativos, a veces virulentos. La academia es falsa y el sector cultural esnobista e ignorante. En fin, el típico tema de la ciudad provinciana, de los petimetres adulones y, como diría de su país el escritor venezolano Manuel Vicente Romero García, las “mediocridades consagradas y nulidades engreídas”:

 A pocos metros, zigzagueando entre la gente, di de frente con un editor que no tuvo más remedio que saludarme. Hacía tiempo que no contestaba mis llamadas y el texto, que le había entregado hacía unos meses, yacería arrinconado en su oficina sin que le hubiera prestado atención alguna. Me saludó a gritos llamándome e hilvanó una conversación ametralladora, imposible de interrumpir, en la que se quejaba de las pérdidas del negocio, anunciaba nuevos títulos, saludaba y me presentaba a gente que circulaba a nuestro alrededor, para al final despedirse exigiéndome que lo llamara a la mayor brevedad, porque esta vez no podría pasar más tiempo sin que nos reuniéramos. (pp. 119-120)
 Cuando el hombre y las dos mujeres estuvieron cerca, reconocí a profesores de la universidad. El hombre calvo, regordete y muy largo era economista y se podía decir que alguna vez había sido un conocido. No obstante, hacía más de diez años que no nos hablábamos. Una de las mujeres debía ser su esposa y la otra era una psicóloga que se perdía por los puestos de dirección y que gustaba hacer turismo académico para afirmar, en selectas ciudades, que un mundo mejor era posible. Ése, por desgracia, debía ser el círculo social de Carmen Lindo. El profesorado establecido e indolente, propenso ya a ataques de gota, paranoia intelectual y calores menopáusicos. (pp. 158-159)

   Y es a través de la lectura de todo esto donde precisamente, creo, el proyecto de Lalo de erradicar el estereotipo puertorriqueño como ese caribeño perfecto, de “gente feliz, en la playa y con un trago en la mano”[1] pierde cierta elocuencia: se convierte al final de la lectura (bastante grata y plena de buenas frases, la verdad sea dicha) en esa tradicional novela de tesis que hizo del campo de la narrativa un laboratorio lingüístico con el cual se demostraban ideas, comprobaban doctrinas y sentenciaban verdades. A pesar de lo que podría pensarse (y esto no es bueno ni malo) Simone no da la impresión de haberse basado en la vida para desmontar un prejuicio social, sino especialmente en la literatura, en sus estratagemas, en los trucos propios de un oficio lento y artificioso, para representar su visión de Puerto Rico, una más dentro del amplio campo posible sobre el Caribe.    

   Aunque estamos ante una novela bien escrita, no veo en el otorgamiento del Rómulo Gallegos a Eduardo Lalo la señal de una pluma superior al resto de los finalistas. Tampoco pienso que sea inferior. Lo que sí creo es que ahora más que nunca los lectores interesados en lo que ocurra con un premio tan prestigioso no deben esperar una obra ganadora solo por sus valores literarios. Estamos ante una política institucional que ha hecho de este evento no un acto cultural, sino un engranaje que estimule un proceso cultural, entendiendo esto como el funcionamiento de un mecanismo que, a través de la selección meticulosa de textos, incida en la dinámica psicosocial de la población venezolana y la cambie. Sin esto no se entiende por qué lo ideológico tiene un carácter medular a la hora de premiar.

   No hace mucho releí unas palabras que había dicho el escritor español Isaac Rosa, ganador también de dicho premio, en el 2do Encuentro Internacional de Narradores, en el Celarg:

 Los escritores hablamos de lucha, emancipación, libertad, justicia social, del gran relato de Latinoamérica que tiene muchas idas y vueltas, párrafos borrados, y muchas veces trágicos finales. Sin embargo, este encuentro y el Premio Rómulo Gallegos es un paso para construir ese gran relato colectivo.

   Considérese esta novela como otra evidencia inocultable que busca la consecución de este proyecto.

Información bibliográfica

Título: Simone

Autor: Eduardo Lalo

Editorial: Monte Ávila Editores Latinoamericana / Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos

Páginas: 190


[1] José Barreto, “Eduardo Lalo, el revolucionario”, documento en línea, http://publimetro.pe/entretenimiento/15310/noticia-eduardo-lalo-revolucionario [visitado el 6 de agosto de 2013].

Acerca de Omar Osorio Amoretti

Omar Osorio Amoretti. Caracas (1987) es profesor e investigador (USB | UCAB). Licenciado en Letras y maestría en Historia de Venezuela por la Universidad Católica Andrés Bello. Ha publicado: José Rafael Pocaterra y la escritura de la historia (Equinoccio, 2018).
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5 respuestas a Una novela de tesis: Simone, de Eduardo Lalo

  1. Me pareció muy interesante y entretenida la crítica. Fue una catedra. Tomare en cuenta las ideas extraídas para cuando escriba mi primera novela. El hombre no se casa con nadie. Gracias.

  2. Alvaro D'Marco dijo:

    Caramba no he leído la obra pero veo en usted un critico sin concesiones ni complacencias, objetivo y bien documentado. Se ve que fue usted un buen estudiante y parece un aplicado investigador tomando en cuenta que es muy joven, leí también la conversación con Sandoval y la reseña de Circunciso. Le felicito por su trabajo. Saludos

    • Omar Osorio Amoretti dijo:

      Muchas gracias por sus palabras,amigo, que sin duda son bastante generosas, así como por la lectura detenida de los artículos del blog. Saludos.

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