Canción de la aguja: cosiendo la narración


 

   Todo tiene dos caras, todo tiene dos versiones. Más allá de lo evidente, también en la costura se van desarrollando a la par dos secciones que, a todas luces, se nos muestran distintas. Es por eso que me gusta ver Canción de la aguja (Fundarte, 2013), la última novela de Sol Linares (Escuque, 1978), como uno de esos edredones que se hacen tradicionalmente en Estados Unidos bajo la técnica del quilting, “acolchar” para los latinoamericanos.

   Y es que estas enormes mantas no sólo pueden ser vistas por ambos lados sino que traen consigo una tradición que implica construir toda una historia familiar a partir de retazos de tela. Es esta, quizá, una metáfora de lectura que nos acerca a la propuesta que Linares ofrece en su última obra en la que narrar se vuelve un oficio de sastres.

   De esta forma, buscando construir ese edredón, Linares marca el tiempo a través del sonido de una máquina de coser para narrar Canción de la aguja en pespunte, así se nos presenta la vida de Olinto: avanzando un poco y volviendo atrás con cada puntada, uniendo a lo largo de la tela, a lo largo de cada página, un pasado y un presente. Todo para articular esos retazos de su vida y recomponer su historia. Y es que el protagonista está en el medio, se debate entre un pasado que continúa volviendo y esa necesidad de asumirlo: Olinto nació sastre, se descoció en el camino y su madre, aún desde el más allá, busca zurcir sus heridas. Es su sino ejecutar el oficio que se entiende “femenino” por prejuicios culturales.

   Esos dos lados del edredón narrativo de Linares, aún ligados al sonido de la máquina Singer y al silencio de quien la maneja, rescatan de un mundo completamente distinto una visión de la vida que encuentra lugar en cada página de su novela. Leer esas vueltas al pasado en las que instrumentos inanimados relacionados a la costura cobran vida, recuerdan a esa escena de Fantasía en la que un aprendiz de brujo utiliza sus poderes para dar personalidad a lo que está aparentemente muerto. Es entonces cuando, a través de una madre, se construye un mundo infantil, mezclando libros y costura, en el que una aguja existencialista se confiesa, un hilo es capaz de desbaratar el universo, y en el que un dedal –“pequeño casco lleno de espinillas” (p. 178)− sirve de sombrero para que un dedo ataviado de capa negra, ojos de fieltro, sonrisa de tela roja y entrecejo gentil pueda escenificar una obra basada en los versos de John Keats. Así: “El único actor tose, enfermizo. Cae de rodillas. Duerme en la cornisa. Baja el telón. Sube el telón. El dedo toma el dedal con dedo medio y el pulgar. Hace dos o tres reverencias” (p. 184).

   Tal como la aguja o el dedal, los botones, la tijera y la tela son el punto de partida, no sólo de humanizaciones sino de reflexiones y planteamientos que nos hacen ver los aspectos de la vida desde ese espacio debajo de la máquina de coser en la que cierres, ruedos y bolsillos sirven para explicar fenómenos sociales, la personalidad de quien los usa e incluso historias de amor. Esta capacidad de comunicación con los elementos de costura, llevan a Olinto a mantener –muy a pesar de sus desasosiegos de la adultez, empeñados en negar su vocación– conversaciones con la organza, el tafetán, el papel de moldear o crear, a partir de cortinas, manteles o retazos, piezas de vestir que transforman a una simple dueña de bar en Méneade y a una hombruna bartender en Galina Gorchakova.

  Estos aspectos le permiten a Linares construir esa narrativa de dos caras que contraponen lo masculino y lo femenino del oficio de la costura, mientras explora las relaciones madre e hijo en personajes como el de doña Paquita, encargada del proceso de formación que tiene el protagonista a través de sus enseñanzas, o el de Enriqueta, en quien un embarazo de Ludovico y poco conocimiento de la costura se trastocan por las emociones que fluctúan entre el amor y el odio por la herencia y la negación personal o conflicto interno de Olinto. De esta forma las vivencias e intercambio entre Enriqueta y su hijo se presentan como contraposición y diferencia a ese mundo infantil rodeado de hilos y agujas que otrora experimentara el protagonista en una lejana Guarenas. Al contrario, Ludovico observa desde el silencio:

Mi abuela dice que siempre fue así, que de niño hablaba con las telas y entendía lo que decían las agujas. Éstas, sobre todo, parecían cantarle. Yo le creo, porque veo que sólo se comunica con las cosas. Y aunque yo estoy en el nivel de las cosas, no obtengo de él sino una mirada de reproche sobre sí mismo (p. 330).

   Este pequeño árbol genealógico muestra dos lados que se van cosiendo uno al otro para culminar con una última puntada, el remate final e inesperado que mezcla el humor, la ironía, la nostalgia y el absurdo. Así, Linares logra articular un edredón narrado con hilos, una novela cosida en pespunte, “una prenda fina […] cuyo inverso no contradice su anverso” (p. 131), una canción de cuna a cargo de esa punzante “delgada y cíclope” (p. 243) que marca el compás al entrar y salir de la tela mientras el motor se mantenga encendido. Canción de la aguja es, en todo caso, una obra capaz de mostrar que lo importante a la hora de narrar, o a la hora de zurcir, es que no se noten las costuras.

Datos bibliográficos

Título: Canción de la aguja (2013)

Autora: Sol Linares

Editorial: Fundarte

Acerca de Ezioly Serrano

(El tigre, 1986). Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Realiza estudios de postgrado en la Maestría de Literatura Venezolana en la casa de estudios antes nombrada. Ganadora del Premio Para Autores Inéditos 2013 de Monte Ávila Editores, mención ensayo.
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Una respuesta a Canción de la aguja: cosiendo la narración

  1. Jm navas dijo:

    Excelente libro excelente escritora de valera

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