¿Cuándo una obra literaria pierde valor estético para pasar a ser otra cosa? ¿Son las ideas enemigas de la ficción? ¿Solo el arte por el arte es el único camino de la literatura? Quizás en ningún momento de nuestra historia literaria occidental estas preguntas hayan tenido tanta importancia en los lectores, tanta reflexión en los escritores como en la actualidad. Es lo que de alguna forma también reflexioné cuando leí la novela Hablar solos, de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977).
Nada de extraordinario hay en contar la vida de un padre con una enfermedad terminal que, luego de hablar con su esposa, decida hacer con su hijo un viaje extraordinario para que nunca lo olvide (en aras de la exactitud, la ambigüedad de la frase es intencional). Cada una de las voces muestra suficientes cualidades físicas, mentales y narrativas como para constituirse en personajes redondos (entendidos como “no planos”) correctamente elaborados, los cuales contribuyen a la comprensión del desarrollo de la historia. Porque en el fondo ocurre algo más que un viaje.
Y es que, detrás de una anécdota trivial con escasos protagonistas, en esta novela existe una disertación sobre la muerte y, con especial énfasis, el acto de escribir. En este sentido, no estamos ante una trama diseñada solo para entretener. Con buen ojo (aunque ni tanto, pues sus páginas están plagadas de frases que delatan su intención), se hace evidente un contenido profundo (inusual en la novelas actuales) que permite una experiencia de lectura distinta donde el diálogo entre el lector y la obra se enriquece a través de un “diálogo callado” cargado de pensamiento.
Se trata, pues, de un buen texto que combina el placer de las palabras bien confeccionadas con el despliegue de ideas estimulantes.
Título: Hablar solos
Autor: Andrés Neuman
Año: 2013
Editorial: Alfaguara